La historiadora del arte fue la primera en preguntar por la falta de grandes mujeres artistas.
El mítico historiador del arte Sir Ernst Gombrich repetía a menudo cómo las preguntas, para generar respuestas relevantes, debían ser genuinas. La “pregunta genuina” se convertía de este modo en un ejercicio de inteligencia que se acaba por perseguir durante la vida entera; una aproximación al nombrar; un intento de acercarse a ese punto en el cual los modos de ver dan un giro inesperado y exigen volver a mirar el mundo con ojos limpios ─que es tanto como decir críticos─.
Tal y como ocurre con los matemáticos ilustres, a Linda Nochlin la “pregunta genuina” le asaltó aún joven, sin haber cumplido los cuarenta, cuando en 1970 decidió plantear algo que, por obvio ─y por valiente─, nadie hasta entonces había planteado: ¿por qué no ha habido grandes mujeres artistas? El artículo aparecía un año más tarde en ARTnews y ponía el dedo en la llaga de ese asunto feo instalado en los cimientos más profundos de la Historia del Arte tradicional, la que se iba al traste entonces y para siempre.
El discurso al uso de la disciplina no había tenido en cuenta a las mujeres, aunque no solo. Su puesta en escena de excepciones positivas ─Leonardo, Miguel Ángel, Rafael─, regidas además por un concepto de “calidad” que se (re)presentaba como indiscutible, era otro territorio para las exclusiones que apartaba todo aquello fuera del canon impuesto. Con su reflexión, Linda Nochlin dinamitaba siglos de consenso y a ella le debemos el cambio de paradigma en la Historia de Arte, dado que a las mujeres excluidas se fueron sumando otras exclusiones en base a la opción sexual ─estudios queer─ o raza ─estudios poscoloniales─ o baja cultura ─estudios visuales─.
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