Entre las tareas de cuidado que se asigna socialmente a las mujeres y el desarrollo de trabajor emunerado y una carrera profesional, las mujeres asumen una sobrecarga de roles cuyas consecuencias se hacen visibles en su salud física, psicológica y social.
La división que se hace por géneros del trabajo, produce una serie de consecuencias para la salud de las mujeres, ya sea mermando su autoestima, influyendo en la percepción de sus propias posibilidades, o como consecuencia directa de los trabajos que realizan.
La segregación horizontal supone que los trabajos realizados por las mujeres reproducen el modelo tradicional situándolas como responsables del cuidado de la familia y mantenimiento del hogar. Trabajar dentro de casa, ya sea por la falta de reconocimiento social de este trabajo, por su no remuneración y por el aislamiento social que supone esta tarea pueden tener consecuencias como depresión, agotamiento, lumbalgia, ansiedad, tristeza, enfermedades osteoarticulares, el dolor crónico y síntomas mal definidos de afecciones frecuentes como cefaleas, dispepsias, astenia, mareos, fibromialgia. etc... También existen problemas de salud derivados de posibles accidentes de trabajo en el hogar como la exposición a productos tóxicos de limpieza o por la manipulación de personas dependientes.
La segregación vertical, conlleva que los puestos de rango superior, relacionados con el poder y toma de decisiones y con sueldos más elevados, son ocupados principalmente por los hombres. Debido a esta discriminación laboral, las mujeres pueden sentir que no son lo suficientemente capaces o válidas para optar a un puesto de toma de decisiones o para ascender en su carrera profesional. Debido principalmente a la sobrecarga de roles y a las sobre-exigencias del entorno laboral hacia las mujeres, el llamado techo de cristal hace que muchas mujeres desistan en la tarea de obtener un merecido reconocimiento laboral, que de ser hombres les resultaría más accesible. Tener que compatibilizar una tarea asociada a los cuidados, que no es sólo el mantenimiento material del hogar sino también ser sostenedora de los afectos de la familia y de otras personas del entorno, hace que sea aún más difícil desarrollar una carrera profesional sin un coste para su vida personal y por tanto para su salud. Así pueden existir sentimientos de culpa, baja autoestima, estrés, ansiedad e, incluso, síntomas depresivos.
Por otro lado, la precariedad laboral, caracterizada por dimensiones como la temporalidad, la vulnerabilidad, la falta de prestaciones sociales o los riesgos laborales también se relaciona con la desigualdad de género en el empleo y el trabajo[1].
El desempleo se asocia también al estado anímico y a la salud mental en general. Algunos estudios dicen que las mujeres que tienen un empleo tienen mejor estado de salud en general que aquellas que trabajan a tiempo completo en las tareas del hogar[2].
En conclusión, tanto las mujeres que trabajan dentro del espacio doméstico, así como aquellas que compatibilizan el trabajo fuera y dentro del hogar, tendrán consecuencias negativas para su salud y su calidad de vida.
De existir un reparto igualitario de las tareas domésticas y una distribución equitativa en los sectores y en las oportunidades laborales para las mujeres, no existirían problemas de salud laborales o asociados al trabajo, como el estrés, la depresión o la ansiedad.
Las mujeres no deberían pagar con su salud las consecuencias de una estructura social y laboral desigual.
[1] Genero, salud y trabajo.Lucia Artacoz y Col. Gac. Sanitaria 2004; 18 (Supl 2): 24-35
[2] Desempleo y salud. Del Llano.Tesis Doctoral 1991, Universidad Complutense-